domingo, 29 de enero de 2017

El beso de Judas


Aquella noche, como otras muchas noches, él volvió ebrio a casa y la pegó, la insulto arrastrando por los suelos su cuerpo y su dignidad. A la mañana siguiente, mientras ella se hacía la dormida en la cama, él la beso y le pidió perdón, aunque sabía que horas después volvería a maltratarla.

               Erik Mole

sábado, 21 de enero de 2017

Pasión mortal


Ya he perdido la cuenta de cuándo fue la primera vez que estuvimos juntos. Tampoco recuerdo él porqué, tal vez rebeldía o curiosidad. El caso es que llevamos toda una vida juntos. Me gustó tu aroma entre mis labios, tenía una calidez que me hacía sentir hombre. Aunque hemos pasado buenos y malos momentos juntos, sé que mi pasión por ti me llevara a la tumba. Me prometí a mi mismo una y mil veces que ya no habría nada más entre nosotros. Con toda la rabia que hay en mi ser, en el cenicero te apago, para minutos después, volverte a encender.

                              Erik Mole

Invisible


Metió la llave en la cerradura, después de varios intentos el cerrojo cedió. Debería haberlo engrasado, pero nunca tenía tiempo. Entró al recibidor, descubrió que la luz de la sala de estar estaba encendida. En un acto reflejo su mano se fue directa la espalda para empuñar la 38 que llevaba siempre encima, sin ella se sentía desnudo. Tras dar varios pasos con sigilo pudo comprobar que no había nadie en el apartamento; pero intuía que alguien había estado husmeando. Los libros esparcidos por toda la estancia, algunos cajones tirados en el suelo, además de haber cosido a navajazos su cómoda cheslón, era la mejor evidencia. Pero aquello que más le irritó fue descubrir dos vasos y una botella de bourbon vacía. — ¡Malditos hijos de puta, se han bebido mi mejor licor! —Exclamó a voz en grito, al mismo tiempo que le propinaba una patada a la única silla que había quedado en pie. Se sentó en el alfeizar de una de las ventanas, encendió un pitillo mientras contemplaba la dantesca escena Tras él, a lo lejos, se podía vislumbrar la figura espigada de la torre Eiffel. —Cerdos burócratas, alguno de ellos se había ido de la lengua. —Pensó. 
 Aquella misión en teoría no existía, ni él tampoco. Fue directamente a la cocina abrió el congelador. Allí se encontraba la caja térmica con todos los documentos de las operaciones realizadas, él sonrió. Cerró puertas y ventanas a cal y canto, ya desde su coche accionó un pequeño mando a distancia y tras un aparatoso estruendo, la casa de dos plantas se fundió entre las llamas como si fuera papel de fumar. Dos meses después, se encontraba disfrutando del sol canario, con un vaso de piña colada entre las manos.

                   Erik Mole

Microrelato


— ¡Será posible! Esta tía tiene la sensualidad en el culo, en vez de acariciarme con las manos, lo hace con un serrucho. ¿Se habrá pensado que soy un pedazo de madera carcomida?— Pensaba un violín cuando terminó el concierto.

El viejo del paraguas


Desde hace veinticinco años, todos los días que el hombre del tiempo vaticina lluvias, Manuel se da un paseo hasta la Plaza de los Sitios, se sienta en un banco, con mucha parsimonia, abre una vieja bolsa de plástico y saca un pequeño paraguas para dejarlo a su lado como si de un fiel amigo se tratase. Su mirada se pierde en la fachada del colegio que hay frente a él, es una mirada cansada de esperar. Saca su pipa del bolsillo de ese abrigo que como él ya tiene demasiados inviernos. Después de darle dos o tres caladas, una triste sonrisa dibuja sus labios. Coge el paraguas con su temblorosa mano. Lo mira. — ¿Recuerdas amigo? Esa tarde llovía, ella salió de aquel porche envuelta en su abrigo. Tú y yo nos acercamos, y como dos caballeros le ofrecimos cobijo para que no se mojara. Ella con sonrisa ruborizada, aceptó. Llovía, si, pero en mi corazón salió el sol. Desde ese momento los tres compartimos tardes lluviosas llenas de alegrías, penas, besos y abrazos. Después de cuarenta años ella se fue para siempre, tal y como vino, en una tarde de lluvia acompañada por sus dos caballeros.

                 Erik Mole

viernes, 20 de enero de 2017

La Maleta


Cuando abrió la maleta que estaba encima de la cama sonó, el teléfono, Rosario salió del cuarto de Vicente. En el pasillo estaba colgado de la pared un viejo terminal modelo DOMO. Ella no era partidaria de los teléfonos móviles, siempre había pensado que esos cacharros solo servían para estar más controlados. Apoyada en el tabique de enfrente descolgó el auricular, una voz aparentemente joven comenzó a hablar. —Mama, no deshagas la maleta por favor. Cuando llegue a casa lo hare yo. Desde que a Nacho se lo llevo el cáncer y con la profesión de su hijo, que en realidad Rosario no sabía a qué se dedicaba, la casa estaba vacía y su vida también. Había probado todo tipo de actividades, incluso tuvo dos amantes esperando que fueran el amor de su vida, a lo único que le condujeron esas relaciones fue a algunas noches de sexo e insatisfacción. A sus cincuenta y dos años se sentía vieja, la soledad estaba carcomiéndola Por ese motivo, cuando Vicente volvía a casa, aunque solo fuera por unos pocos días, era feliz. Entró en el cuarto de estar, encendió el televisor, mientras veía algún concurso antes de las noticias, llegaría la hora de cenar y con ella, su hijo. Se quedó traspuesta en el sillón hasta que la sintonía del telediario la despertó. En titulares relataban el asalto a un banco en Barcelona esa misma mañana. Un guarda jurado y una mujer embarazada habían sido asesinados a sangre fría por uno de los atracadores, las cámaras de seguridad habían captado todo lo acontecido, reproduciéndolo en la televisión en la posterior persecución un policía había resultado herido de gravedad. Todas las cadenas televisivas difundían la foto de uno de los atracadores. Rosario ante tanta violencia apago el aparato, después se fue a la cocina. Al pasar por la habitación de su hijo volvió a ver la maleta, decidió desobedecerlo, sacó la ropa sucia para lavarla, en el fondo del la maleta encontró una pistola y varios pasaportes con diferentes identidades. Las fotografías eran de todas de Vicente, disfrazado con distintos peinados y color de pelo, en una de ella también llevaba barba, al verla palideció. Era la misma persona que acababa de ver en el telediario los mismos nervios casi la hicieron vomitar, se sentó en la cama, debía pensar. Después de unos minutos, algo más serena, volvió al pasillo, descolgó el teléfono y llamo a la policía sintiendo como el corazón se le desgarraba. A las tres de la mañana sonó el timbre, la mujer recorrió el largo pasillo, no encendió ni una sola lámpara, sabia a donde iba, por el interfono descolgado podía oír algunos gritos y varios disparos. Habiendo reflexionado sobre lo visto esa tarde en aquella maleta, ni se inmuto, mientras tanto, oía como Vicente era detenido por varios agentes. Rosario jamás volvió a verlo. 

                                Erik Mole

Conciencia


Sí, sé que ya has llegado a casa, que vives sola, sentí tus tacones pisar las gradas de la escalera. Sé que estuviste en uno de esos cafés tomando unas cañas, sí, con ese grupo de divorciadas que os juntáis todos los martes para poner a parir a vuestros ex. También sé que a algunas no las aguantas. ¡Vaya, parece que te conozco mejor de lo que tú te imaginas!. ¿Verdad que le tienes fobia y pánico a las cucarachas? Uhmmm… ya te has quitado los tacones, te has puesto cómoda, te sienta muy bien esa camiseta de tirantes, hace que tus pezones se pongan duros y erectos.  Me imagino que te conectarás al ordenador, entrarás en uno de esos chats. Sé que te gustan las conversaciones calientes, poner cachondos a los tíos.
Paula recorrió todo el apartamento buscando esa voz que la estaba asfixiando, hasta que se dio cuenta que era su propia conciencia la que hablaba, salió a la cocina y se preparó una infusión de tila, llevó la taza hasta la mesa del ordenador. Pasada una hora de conexión metida en varias conversaciones de chat, sonó el teléfono móvil de la mujer. — ¿Diga? —Peguntó. Una voz ronca y gélida susurraba al otro lado de la línea. —Soy tu conciencia —En ese instante cientos de cucarachas salieron por el monitor del ordenador rodeándola. Ella gritaba, se sacudía la manos matando a todas las que podía, corrió hasta el cuarto de baño, en esa trepidante angustia dio con su cuerpo en el suelo y su cráneo golpeó en el bidet, A la mañana siguiente el teléfono de Paula sonaba sin cesar, y nadie lo cogió. Si cuando estás delante del ordenador, suena tu teléfono, asegúrate que no es tu conciencia. 

                                      Erik Mole

El pájaro de la muerte


La reina Isabella ofreció a la corte un gran banquete para celebrar la llegada de su esposo. El rey Zortak, que tras varios años de guerra regresaba al hogar. Aquella noche hacia calor y la reina no podía conciliar el sueño. Por el estado de embriaguez del rey los dos monarcas durmieron separados. Isabella decepcionada, no paraba de maldecirlo, a él, y al cinturón de castidad que le había colocado hacia ya, cuatro años. Se armo de valor y fue directa a la alcoba del soberano, para exigirle que el quitara el dichoso artilugio y la compensara por los años de ausencia. Malhumorada abrió la puerta de la estancia sin llamar, se encontró a una joven doncella, que cabalgaba frenéticamente encima de Zortak. Con lágrimas en los ojos, corrió hacia las caballerizas, montó un caballo negro, dejando atrás el castillo, se adentró en el bosque y galopo hasta la cabaña de la bruja Kerena. A la mañana siguiente, los criados encontraron a su amo, muerto en su lecho, con las cuencas delo ojos vacías. La muchacha inerte yacía encima de él. Un cuervo con el pico ensangrentado presidia la cabecera de la cama.

                            Erik Mole

El fantasma de la pamela


Llevaba demasiado tiempo sin escribir ni una sola línea, la paciencia de mi editor se estaba agotando, además de su buena voluntad para adelantarme dinero, con el fin de subsistir. Desde hacía unos meses, solamente el hecho de tener que ponerme al ordenador o sentarme delante de la máquina de escribir, para mí era una tortura. Aquel día decidí cambiar de escenario, como antaño. Aquella tarde soleada de junio, salí a dar una vuelta por el casco histórico de la ciudad. Cogí mi antiguo; bolso metí una libreta, algunos lápices y aquella vieja pluma estilográfica que tantos recuerdos me traía. Comencé a pasear por esas calles pobladas de fachada antiguas Cuantas historias llenas de vida habían compartido esos muros, años atrás tal vez siglos, fueron casas nobles y palacetes, que hoy se habían convertido en edificios oficiales o en museos. Transcurrida una hora de paseo, sumido en pensamientos efímeros, me senté en el velador de una céntrica cafetería, minutos. La fachada era de madera labrada con distintos motivos desgastados por el paso de tiempo y la climatología, la forma de sus cristaleras me hacia intuir que el local no siempre estuvo dedicado a la hostelería. Días después, averigüé que el establecimiento tuvo su esplendor dedicándose al negocio de las joyas y el oro en otros tiempos. Esa tarde sumido en mis pensamientos, buscaba la manera de romper el bloqueo mental que tenia, Al acercarme la copa llena de cerveza a la boca, comencé a oír el sonido de unos tacones golpeando el pavimento, segundos después, aquel esbelto cuerpo femenino embutido en una falda de tubo negra pasó junto a mí, para sentarse en la mesa contigua dándome la espalda. En su cabeza coronaba una pamela blanca de rafia, con una ancha cinta de raso color salmón era algo inusual ver a una mujer vestida así, hacía recordar cualquier película en blanco y negro de los años cincuenta Quise imaginarme como seria su rostro ese que escondía debajo del ala des sombreo que descasaba en una trenza recogida en la parte trasera de su cabeza, debía ser un mujer rica. Sonreí al pensar en todo aquello. Se acerco uno de los camareros y ella pidió un té, su voz era suave y algo melancólica, minutos después de unos minutos se levantó para perderse con porte elegante y un suave taconeo que hacia contornear su figura por la calle peatonal. Esa noche me costaba conciliar el sueño, todavía recodaba el aroma de su perfume y mis oídos el suave taconeo de sus zapatos al acercarse. Quise imaginarla en mis sueños, sentir es calor de sus brazos y la pasión de sus besos, deseaba con fervor hacerla mía, qué fuera la musa que inspirase mis versos y prosas. Cada día, a la misma hora, volvía a la cafetería con la ilusión de volver a encontrarla para hablarle de mis sentimientos. Escribía cuartillas y más cuartillas llenas de poesía, de aventuras con ella vividas, entre tanto seguía esperándola; .al caer la tarde el dueño del café me invitaba que me marchara, y engañándome a mí mismo, al día siguiente volvía con ilusión renovada. Todas las noches cuando la luna acechaba, mis fantasías mas intimas cobraban su punto más álgido, la amaba, sentía su cuerpo candente junto al mío, nuestros labios recorrían cada poro de piel hasta fundirse en un profundo beso, juntos esperábamos al alba para despertar en el mismo lecho y su sonrisa llenaba de felicidad mi alma. Esa tarde como otras muchas el camarero me invito a que me fuera, no pude resistirme y le pregunte por ella, por la mujer de la pamela, me miro extrañado para decirme que jamás había visto a la mujer que yo me refería; me enfade, lo zarandee cogiéndolo por la solapa de la chaquetilla. Los siguientes días recorrí calles, plazas, pregunté a transeúntes, en establecimientos, nadie me dio razón de su paradero, ni siquiera la habían visto nunca, se había desvanecido como un fantasma. Después de varias semanas recluido en mi apartamento, hecho una piltrafa sacudido por las constates borracheras, intentando olvidarla, recibí el ultimátum de mi editor, me iba a poner de patitas en la calle. Recopilé todo lo escrito en aquellas largas esperas, para entregárselo a mi editor, titulándolo ¨El fantasma de la pamela ¨ mi último libro.

                      Erik Mole

Quinto aniversario


      
Quinto aniversario En el mismo instante que el personal de servicio entro en la casa la noticia corrió por todo el principado como la pólvora, en todo Mantulam no se hablaba de otra cosa más que de lo ocurrido en el palacete del soberano. A primeras horas de la tarde el príncipe Giorgino III reunió a todo el personal de servicio en el hall de la suntuosa mansión que poseía. Unos a otros se miraban extrañados, intentando descubrir el porqué de la llamada, esperaban uno de los habituales rapapolvos a los que ya les tenía acostumbrados su señor. La sorpresa fue considerable, cuando este, les comunico que en agradecimiento a los servicios que prestaban tenían un fin de semana, de vacaciones con todos gastos pagados en un pueblecito costero a pocos kilómetros de la mansión. Quería celebrar con ellos su quinto aniversario de boda. Además con ese pretexto podría pasar todo el fin de semana solo con su joven esposa, deseaba darle una sorpresa. Después de haber pasado toda la tarde en la cocina preparando diversos manjares, entre ellos un suculento asado, Giorgino se dirigió a uno de los salones que la casa poseía, pequeño pero acogedor, la chimenea encendida todavía acentuaba más el ambiente de intimidad que la celebración requería. Monto la mesa con sumo cuidado sin olvidar el más mínimo detalle, en el centro coloco un gran ramo de flores recién cortadas, una tenue luz acompañaba la suave melodía de Vivaldi que fluía en toda la estancia. Se vistió de etiqueta con su mejor terno, acicalado y perfumado sirvió la mesa, frente a él estaba Elisa, tan bella, tan deslumbrante, su rubia melena iluminaba toda la habitación, lo contemplaba fijamente sus labios esbozaban un ligera sonrisa, aunque su mirada estaba ausente, no había probado bocado, no decía ni palabra, solo observaba. Mientras tanto Giorgino la miraba a los ojos, sonreía, estaba contento casi eufórico, balanceaba los cubiertos al compás de la música emulando a un director de orquesta, mientras seguía comiendo y comiendo. Después de haber saciado su apetito se acerco hasta ella y acariciando la empalada cabeza de su amada le susurro al oído
. —Cariño esta noche estabas deliciosa.
 Esa fue la declaración que hizo Giorgino a la policía, antes de ser confinado en una celda la espera del juicio.

               Erik Mole

El crucifijo






                                                        
Fincher cerró la puertecita de la imponente casa de estilo victoriano, en la que llevaba una vida de estudio, retiro y cierto aburrimiento. Pero esta vez, la aventura saldría a su encuentro en la localidad de Gloucester (Inglaterra) donde él vivía. Dando un breve paseo, se acercó a un lugar ya conocido desde que se instaló allí. No hace mucho tiempo, se percató que habían crecido unos jóvenes y robustos abetos. Le pareció que habían tomado una extraña configuración. Cogió su brújula y como sospechaba, todos ellos estaban orientados al Norte. Median aproximadamente ocho o nueve metros de altura y entre todos formaban un pentágono perfecto. Fincher se adentró en ese pequeño cubículo casi sagrado, al instante se sintió protegido. Pisó una placa pentagonal de metal, cada vértice señalaba a uno de los abetos y hacia que su brújula enloqueciera en todas direcciones. La guardo en el bolsillo, sacó un reloj y la gruesa cadena que lo sostenía. Verificando, la hora, se dio cuenta que aquella maquinaria de auténtica precisión, se había parado alrededor de las seis y media de la tarde. Aquella brújula espacio-temporal le inducia a indagar más, sorprendido, se arrodilló en el lugar donde estaba aquella placa, apartó las hojas y yerbajos que la cubrían y leyó la siguiente inscripción en latín ¨ Quod est superius est sicut quod est inferius ¨Aquello que está arriba es como aquello que está abajo¨. Pronunció aquellas palabras al mismo tiempo que tocaba la lápida, en ese instante todo aquello que le rodeaba, comenzó a girar como una peonza a su alrededor dando infinitas vueltas. Se sintió como si estuviera dentro de un tornado. Llegado un momento, todo aquello se detuvo y con un brazo Fincher se apoyó en uno de los abetos para salir de aquel cubículo. Afuera una niña ataviada con un traje de otra época observaba con curiosidad, el desaliñado aspecto de Fincher. Esbozando una sonrisa, comenzó a decirle: —No deberías estar en este sitio, porque mi hermana mayor y otras como ella van a tener aquí y ahora una de sus reuniones. En efecto, a un par de yardas, un grupo mujeres que vestían túnicas blancas dejaban entrever sus esbeltos cuerpos al trasluz de la hoguera. Mientras, adoraban al macho cabrío. Segundos después se acercaron hasta ellos. — ¡Por fin has llegado! —grito una de ellas con alegría— Te necesitamos para realizar nuestra misión. — No soy quien esperáis —Contestó Fincher dando un salto se metió entre los abetos y desapareció.

 Cien años después

Eliana Búfer era una alemana de origen judío. Llegó a Dachau como otros tantos prisioneros. El capitán medico de las SS, Tobías Fuchs la eligió como doncella. Se sentía privilegiada, aunque él la violara cada vez que le apetecía. Cuando las tropas aliadas tomaron el campo de concentración, el militar había desaparecido. Tras terminar la guerra Eliana se había convertido en Sor Elizabeth. Cierto día, en el convento de Gloucester, les informaron que tenían una rutinaria revisión médica, el doctor que las atendería se llamaba Evans Baker. Sor Elizabeth se quedó petrificada al volver a ver de nuevo aquella sonrisa. Esta vez sin el uniforme de las SS. Durante el reconocimiento, en la celda de la monja el médico alemán confesó que había leído el diario de Fincher y sabía que la lápida estaba ubicada en el convento. Quería encontrarla, con su poder fundaría un Nuevo Reich, sería el amo del mundo La amenazó con matarla si no colaboraba. Eliana se aferró a su rosario y comenzó a rezar. Las carcajadas del médico nazi retumbaron en las paredes de piedra. De manera inesperada el hombre se llevó la mano al cuello, la sangre salía a borbotones por su vena aorta, intentó taparse aquella herida con las manos, pero el líquido rojo y viscoso se escurría entre los dedos. Sor Elizabeth semidesnuda al otro lado de la celda, veía como se escapaba la vida del médico a través del crucifijo que ella misma le había clavado en el cuello. Ese violento gesto impropio de una monja, le produjo una sensación de libertad En la prisión de Cardiff (Inglaterra) en una celda encontraron a la monja muerta, su rostro reflejaba paz. Entre sus manos, llevaba un crucifijo con el cual había librado al mundo de un loco peligroso.

                          Erik Mole