sábado, 21 de enero de 2017

Invisible


Metió la llave en la cerradura, después de varios intentos el cerrojo cedió. Debería haberlo engrasado, pero nunca tenía tiempo. Entró al recibidor, descubrió que la luz de la sala de estar estaba encendida. En un acto reflejo su mano se fue directa la espalda para empuñar la 38 que llevaba siempre encima, sin ella se sentía desnudo. Tras dar varios pasos con sigilo pudo comprobar que no había nadie en el apartamento; pero intuía que alguien había estado husmeando. Los libros esparcidos por toda la estancia, algunos cajones tirados en el suelo, además de haber cosido a navajazos su cómoda cheslón, era la mejor evidencia. Pero aquello que más le irritó fue descubrir dos vasos y una botella de bourbon vacía. — ¡Malditos hijos de puta, se han bebido mi mejor licor! —Exclamó a voz en grito, al mismo tiempo que le propinaba una patada a la única silla que había quedado en pie. Se sentó en el alfeizar de una de las ventanas, encendió un pitillo mientras contemplaba la dantesca escena Tras él, a lo lejos, se podía vislumbrar la figura espigada de la torre Eiffel. —Cerdos burócratas, alguno de ellos se había ido de la lengua. —Pensó. 
 Aquella misión en teoría no existía, ni él tampoco. Fue directamente a la cocina abrió el congelador. Allí se encontraba la caja térmica con todos los documentos de las operaciones realizadas, él sonrió. Cerró puertas y ventanas a cal y canto, ya desde su coche accionó un pequeño mando a distancia y tras un aparatoso estruendo, la casa de dos plantas se fundió entre las llamas como si fuera papel de fumar. Dos meses después, se encontraba disfrutando del sol canario, con un vaso de piña colada entre las manos.

                   Erik Mole

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